miércoles, 19 de septiembre de 2012

Mil cuatrocientos cincuenta y nueve días sin respuesta

Para mantener el mandato limpio, se tenian que hacer trabajos sucios, algunos en el más extremo secreto y otros, aunque se quisiera evitar el escándalo, por su naturaleza propia y magnitud, salía a la luz pública. Peor hubiera sido que él hablara.

Leonardo Cavazos era candidato a la presidencia del país por el partido político que llevaba más de sesenta años en el poder. Joven, nacido en el seno de una familia de clase media en el norte del país, estudió en una de las mejores universidades y tenía las características clásicas de liderazgo: simpático, inteligente, certero, amable y sobre todo, siempre se hacía destacar. En su familia solían decir que iba a llegar muy lejos y él siempre lo creyó de esa manera. Se esforzó por ser no sólo el mejor de la generación, sino, por trazar un claro plan de vida que lo llevara todo lo lejos que su familia deseaba.

Aquella tarde de abril en la fiesta del séptimo cumpleaños de su hijo Leonardito, era la ocasión ideal para que los reporteros calmaran el morbo que tenían en torno al caso de Leonardo Cavazos.

En sondeos realizados a la población en general, el comentario más representativo sobre la imagen de Cavazos, era que tenían fe en él, se pensaba que podría cambiar las cosas, aunque los políticos prometen y prometen, en él había una sinceridad y un carisma, que era casi imposible no creerle.

Compañeros de partidos políticos coincidían que Leonardo siempre trabajo para el pueblo, que si el mismo presidente lo sacó del gabinete para hacerlo candidato a la presidencia, respondía a lo que todos veían como obvio, Cavazos tenía talento, liderazgo y todo para ganar. Había tantas esperanzas e ilusiones puestas en él.

Amigos de la infancia de Leonardo, eran los que peor llevaban la desagradable situación, decían que Leonardo siempre empeñaba su palabra como el bien más preciado y lo mejor es que siempre la cumplía. Tenía ese plan para cambiar el sistema político nacional, tumbar a los dinosaurios, dar cabida a la gente joven, cuando él lo planteaba era tan factible que por qué no embarcarse con él ¿quién se podía imaginar lo que pasó?

Sus padres declararon que Leonardo siempre fue un muchacho brillante siempre el mejor hijo, el mejor amigo, el mejor esposo, el mejor padre. Su conducta era intachable, su único error fue querer decir la verdad. Todo hubiese sido tan distinto si no hubiese hecho aquella declaración.

En la fiesta, Leonardito dijo que los reporteros que solía ver a papá en la TV, pero lo mejor era tenerlo en casa, desde lo que pasó, ya no estaba en casa y sí mucho en la TV.

Laura su esposa, desencajada, con cinco kilos menos y unas pronunciadas ojeras, se limitaba a decir que nadie tiene derecho a quitárselo, él sólo quería hacer de este país una mejor nación, un mejor lugar para vivir, ahora no podrá ser presidente, ni padre, ni esposo, su esposo ¡asesinos!

Desde el asesinato de Leonardo Cavazos informaciones confusas van y vienen desde eso ya hace cuatro años y aún amigo y familiares y opinión pública esperan un culpable, un inocente, un asesino, un móvil, en fin, una respuesta.

29 de junio de 2003
Madrid, España
-cuento corto hecho para la clase de narrativa literaria impartido por Marcelo Luján-

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